Soy Clara Unigarro. Dibujo porque si no lo hiciera no estaría viva.
Lo hago porque soy comunicadora y el inicio del todo son dos puntos que se juntan desde una línea. Lo hago porque soy artista y solo el hollar profundo de las heridas deja las líneas que lo atestiguan.
Hago cientos de dibujos y por eso me odian, pero ninguno es como ellos. Porque como yo veo al dibujo, es lo mismo que el texto, el juego, la vida, la electricidad, la acción, al fin y al cabo, el todo.
Mis dibujos han recibido mi sangre, mis lágrimas y mis caricias de carbón en una larga peregrinación en la que me he hecho fuerte, en la que me he hecho suave, en la que he aprendido a reconocer cada uno de mis gestos y a entender que están muy lejos de todo, incluso de mí. Por eso los disfruto, milímetro a milímetro, cuando me visitan, antes de que se vayan.
Quizá todo esto sucede porque yo no existo, solo soy un avatar necesario para revestirlos a ellos, a los dibujos, de un escudo lleno de letras para que nadie les impida estar, ni les impida irse. A la larga, de mí, solo subsistirán mis trazos.
Soy Pete Yi. Dibujo porque tengo muchas imágenes en mi cabeza que quiero ver en el mundo físico, además de que me da una felicidad inmensa la sensación del lápiz en el papel, el marcador en el tablero o el cursor en la pantalla, sobre todo si deja tras de sí colores. Hace algún tiempo gané dos concursos de colorear de Prismacolor, aunque debo confesar que es mucho más honor para mí saber que durante años mi mamá ha expuesto mis dibujos en la nevera, al igual que prefiero dibujar que colorear, porque me aburren las líneas que determinan otros que no sean yo.
Me gusta dibujarlos a ellos, a mí misma, a mi familia, a los personajes de Disney (para hacer películas) y a mis propios personajes para entender las matemáticas. Incluso, me gusta hacer retratos de personajes históricos porque es mucho más divertido que estudiarlos. Creo que no hay un mejor regalo que algo que yo misma sepa hacer y lo mejor que sé hacer es dibujar, por eso le entrego mis dibujos a todos quienes deseo que tengan un pedazo de mí misma.
Cuando decidí estudiar Artes visuales, mi papá me trajo de regalo unas donas rosadas y el libro de El Arte de Walt Disney, porque dice que algún día haré esos dibujos. No sé si eso exactamente suceda, pero sé que me gusta tanto ver dibujos como hacerlos. Mi mamá todavía tiene enmarcado en un lugar especial de la sala el dibujo que hice de mi muñeco de nieve favorito.
Soy Lillygumy. Dibujo porque cuando lo hago me construyo y reconozco a mí misma. Adoro los marcadores porque sus colores son vibrantes y hacen que las líneas y planos huelan a frutas. Los contornos del anime, siempre negros, huelen a anís. No sé si amo más el manga y los juegos o el montón de ideas que entran en mi alma desde ellos y que me impulsan a hacer otras yo, que pertenecen a mil universos.
A mis amigos les gusta que dibuje también a sus personajes, porque dicen que mis dibujos tienen algo especial. Yo creo que tiene que ver con lo que dice mi abuela de que “mis cuadros están tan bien hechos que la miran”. O tal vez es porque, como dice un libro para aprender a dibujar manga que me regaló mi mamá, cuando uno les habla a sus dibujos ellos siempre responden.
Yo dibujo porque se me antoja hacerlo, porque me complace construir mis realidades desde las líneas en cualquier medio. Me parece mucho más interesante dibujar que estudiar filosofía, pero a la larga las dos son la misma cosa.
He aprendido, con el tiempo, que incluso, cuando no he creído dibujar, lo he hecho, en formas que escapan a lo físico, debe ser porque vivo pegada al Internet, donde establezco vínculos, trazo líneas y entiendo que estas danzan con otros.
Aunque varios han querido dibujarme para entenderme, lo único que me interesa es volver a dibujarme yo misma, porque si no lo hago simplemente desaparezco.